Curtas

1. O Segredo (de Fátima) Já Advertia Contra o Vaticano II e a Missa Nova. “Nossa Senhora também alertou que haveria um Concílio diabólico na Igreja que causaria um grande escândalo. E claro, foram os documentos do Vaticano II – A Constituição da Liturgia – que deu impulso ao Papa Paulo VI para reformar a liturgia de uma tal maneira desastrosa, que causou uma tal perda da fé e confusão na Igreja”. Ah, claro. Às vezes eu me pergunto se é possível que as pessoas não percebam a leviandade de algumas informações.

2. Obama estende benefícios a parceiros de funcionários gays. “Casamento” Gay às portas dos Estados Unidos do presidente abortista! Tal medida “marca um passo na história” – disse Obama,  “mas não é mais que um passo”. Não quero nem imaginar, então, o que será a caminhada completa.

3. Uso de preservativos caiu entre brasileiros, diz pesquisa. Ao mesmo tempo, “a prática de sexo casual no País cresceu 132% em quatro anos”! A promiscuidade cresce vertiginosamente; até quando as autoridades públicas vão insistir no engodo de que a borracha é a salvadora da humanidade?

De nonnullis sententiis et erroribus

[Tomo a liberdade de publicar o documento abaixo. Ele não está no site da Santa Sé, embora esteja lá citado: é o último da página, n. 67 (AAS 58 (1966) 659-661; Nuntius 1 (1967) 17-19; DOCUMENTA 3). Trata-se de uma carta da Congregação para a Doutrina da Fé escrita pelo então prefeito, o Cardeal Ottaviani, e que chegou-me às mãos em um grosso volume de “Documentos Doutrinais” enviado por um sacerdote amigo. O texto vai em espanhol, como o recebi. É interessante porque ilustra (a) a existência de más interpretações do Concílio Vaticano II já no pós-concílio imediato, e (b) a posição constante das autoridades da Igreja quanto à causa delas, referente à qual destaco: “los abusos en la interpretación de la doctrina del Concilio“. A lista de erros é atualíssima; que as sábias palavras do velho cardeal possam nos ajudar a encontrar a melhor forma de saná-los, para a maior glória de Deus e exaltação da Santa Madre Igreja.]

Carta sobre algunas opiniones erróneas en la interpretación de los decretos del Concilio Vaticano II

[Epistula ad Venerabiles Praesules Conferentiarum Episcopalium et ad Superiores Religionum: De nonnullis sententiis et erroribus ex falsa interpretatione decretorum Concilii Vaticani II insurgentibus]

Habiendo promulgado el Concilio Ecuménico Vaticano II, felizmente concluido en fecha reciente, sapientísimos documentos, tanto sobre cuestiones doctrinales, como sobre cuestiones disciplinares, para promover eficazmente la vida de la Iglesia, incumbe a todo el Pueblo de Dios la grave obligación de luchar con todo empeño para que se realice todo lo que, con la inspiración del Espíritu Santo, fue solemnemente propuesto o decretado en aquel amplísimo sínodo de Obispos, presidido por el Romano Pontífice.

A la Jerarquía compete el derecho y el deber de vigilar, dirigir y promover el movimiento de renovación que el Concilio ha comenzado, de modo que los Documentos y Decretos del referido Concilio reciban una recta interpretación y se lleven a efecto con exactitud según la fuerza y el sentido de los mismos. Por tanto, esta doctrina ha de ser defendida por los Obispos, ya que, como tales, gozan de la potestad de enseñar estando unidos con la cabeza de Pedro. Es encomiable el que muchos Pastores del Concilio ya hayan tornado sobre si la obligación de explicarla convenientemente. Sentimos, sin embargo, el que desde diversas partes nos hayan llegado desagradables noticias de como no solo van pululando los abusos en la interpretación de la doctrina del Concilio, sino también de como aquí y allí van surgiendo opiniones peregrinas y audaces, que perturban no poco las almas de muchos fieles. Hemos de encomiar los trabajos o intentos de penetrar más profundamente la verdad, distinguiendo rectamente entre lo que ha de ser creído y lo que es opinable; pero, por los documentos examinados en esta Sagrada Congregación, consta que existen no pocas sentencias que, pasando por alto con facilidad los limites de la simple opinión, parecen afectar un tanto al mismo dogma y a los fundamentos de la fe.

Conviene que expresemos, a modo de ejemplo, algunas de estas sentencias y errores, tal como son conocidas a través de las relaciones de los doctores y de las publicaciones escritas.

1) En primer lugar, nos referimos a la misma Sagrada Revelación: hay quienes recurren a la Sagrada Escritura, dejando a un lado intencionadamente la Tradición, pero coartan el ámbitoo y la fuerza de la inspiración y de la inerrancia, a la vez que piensan equivocadamente acerca del valor de los textos históricos.

2) En lo que se refiere a la doctrina de la Fe, se dice que las formulas dogmáticas han de estar sometidas a la evolución histórica, de tal manera que el sentido objetivo de las mismas queda expuesto a cambios.

3) Se olvida o se subestima el Magisterio ordinario de la Iglesia, principalmente del Romano Pontífice, de tal manera que se relega al plano de las cosas opinables.

4) Algunos casi no reconocen la verdad objetiva absoluta, firme e inmutable, y todo lo exponen a un cierto relativismo, aduciendo el falaz argumento de que cualquier verdad ha de seguir necesariamente el ritmo de evolución de la conciencia y de la historia.

5) Es atacada la misma adorable Persona de Nuestro Señor Jesucristo, cuando, al reflexionar sobre la cristología, se utilizan tales conceptos de naturaleza y de persona, que apenas pueden conciliarse con las definiciones dogmáticas. Se insistía un cierto humanismo por el que Cristo es reducido a la condición de simple hombre, que fue adquiriendo poco a poco conciencia de su filiación divina. Su concepción virginal, sus milagros y su misma Resurrección se conceden de palabra, pero a menudo se reducen a un mero orden natural.

6) Igualmente, al tratar de la teología de los Sacramentos, algunos elementos son ignorados o no se les presta la suficiente atención; sobre todo, en lo que se refiere a la Santísima Eucaristía. No faltan quienes discuten acerca de la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, defendiendo un exacerbado simbolismo, como si el pan y el vino no se convirtiesen en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo por la transubstanciación, sino que simplemente fuesen empleados como cierta significación. Hay quien insiste más en el concepto de agape con respecto a la Misa, que en el de Sacrificio.

7) Algunos desean explicar el Sacramento de la Penitencia como un medio de reconciliación con la Iglesia, sin explicar suficientemente la reconciliación con Dios ofendido. Pretenden que, al celebrar este Sacramento, no sea necesaria la personal confesión de los pecados, sino que solo se preocupan de expresar la función social de reconciliación con la Iglesia.

8) No faltan quienes menosprecian la doctrina del Concilio de Trento acerca del pecado original o quienes la interpretan oscureciendo la culpa original de Adán, o, al menos, la transmisión del pecado.

9) No son menores los errores que se hacen circular en el ámbito de la teología moral. En efecto, no pocos se atreven a rechazar la razón objetiva de la moralidad; otros no aceptan la ley natural y defienden, en cambio, la legitimidad de la llamada moral de situación. Se propagan opiniones perniciosas acerca de la moralidad y de la responsabilidad en materia sexual y matrimonial.

10) A todos estos temas hemos de añadir una nota sobre el Ecumenismo. La Sede Apostólica, ciertamente, alaba a todos los que en el espíritu del Decreto Conciliar sobre el ecumenismo promueven iniciativas para fomentar la caridad con los hermanos separados y atraerlos a la unidad de la Iglesia; pero lamenta que no faltan quienes, interpretando a su modo el Decreto Conciliar, exigen una acción ecuménica que va contra la verdad, así como contra la unidad de la Fe y de la Iglesia, fomentando un peligroso irenismo e indiferentismo, que es totalmente ajeno a la mente del Concilio.

Esparcidos por aquí y por allá esta clase de errores y peligros, los presentamos recogidos sumariamente en esta carta a los Ordinarios de lugar, para que cada uno, según su cargo y oficio, cuide de frenarlos y prevenirlos.

Este Sagrado Dicasterio ruega encarecidamente que los Ordinarios del lugar traten de ellos en las reuniones de sus Conferencias Episcopales y envíen relaciones a la Santa Sede, aconsejando lo que crean oportuno, antes de la fiesta da la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo del año en curso.

Esta Carta, que una obvia razón de prudencia nos impide hacer del dominio publico, ha de ser guardada bajo estricto secreto por los Ordinarios y por todos aquellos a los que con justa causa la enseñen.

Roma, 24 de julio de 1966.
A. Card. Ottaviani

Hereges, Cismáticos e Concílios Ecumênicos

Motivado por alguns comentários surgidos em outro post no qual eu falava sobre um convite feito a uma cantora protestante, por um grupo carismático [que, repito, não tenho certeza se se trata de um grupo da Renovação Carismática Católica],  para que participasse de um “culto de louvor e adoração” , trago aqui algumas considerações sobre a presença de não-católicos nos Concílios Ecumênicos ao longo da história da Igreja. Vou fazer algumas citações do livro do pe. Ralph Wiltgen, “O Reno se lança no Tibre”, disponível em língua portuguesa pela Permanência.

Os Concílios Ecumênicos sempre foram vistos como oportunidades de fazer com que os cristãos que se houvessem desviado da Fé retornassem ao seio da Igreja. Por isso, a presença de não-católicos às sessões conciliares sempre foi (ao menos) desejada por todos os Papas e Padres Conciliares, inclusive com o envio de convites expressos às igrejas separadas para que mandassem delegações aos Concílios. No Concílio de Trento, por exemplo, a Enciclopédia Católica nos diz que foram emitidos até mesmo salvo-condutos para garantir a segurança dos protestantes que desejassem participar do Concílio. Uma tradução de um decreto neste sentido está disponível no Veritatis (não vou citar na íntegra, mas recomendo vivamente a leitura):

O Sacrossanto, Ecumênico e Geral Concílio de Trento, reunido legitimamente no Espírito Santo, e presidido pelos mesmos Legados e Núncios da Santa Sé Apostólica, insistindo no salvo-conduto concedido na penúltima Sessão, amplia suas prerrogativas nos termos que se seguem:

A todos em geral faz fé que pelo teor das presentes cláusulas, dá e concede plenamente a todos e a cada um dos Sacerdotes, Eleitores, Príncipes, Duques, Marqueses, Condes, Barões, Nobres, Militares, Cidadãos e a quaisquer outras pessoas de qualquer estado, condição ou qualidade, que sejam da Nação e Província da Alemanha e das cidades e outros lugares da mesma, assim como a todas as demais pessoas eclesiásticas e seculares em especial da revelação de augusta, os que, ou as que viriam com eles a este Concílio Geral de Trento, ou serão enviados ou se colocarão a caminho, ou que até o presente tenham vindo sob qualquer nome que lhes sejam dados, ou lhes sejam especificados, fé pública e plena e verdadeira segurança que chamam salvo-conduto, para vir livremente a esta cidade de Trento e permanecer nela, ficar, habitar, propor e falar de comum acordo com o mesmo Concílio, tratar de quaisquer negócios, examinar, discutir e representar sem nenhuma punição tudo o que quiserem e quaisquer dos artigos, tanto por escrito como por palavra, divulgá-los, e em caso necessário, declará-los, confirmá-los e compará-los com a Sagrada Escritura, com as palavras dos santos Padres e com sentenças e razões, e de responder também, se for necessário, as objeções do Concílio Geral e disputar cristãmente com as pessoas que o concílio indique ou conferenciar caritativamente sem nenhum obstáculo (…).

[…]

E este mesmo salvo-conduto e seguros devem durar e subsistir desde o início e por todo o tempo que o Concílio e seus componentes os recebam sob seu amparo e defesa, e até que sejam conduzidos a Trento e por todo o tempo que se mantenham nesta cidade, e também, depois de ter passado vinte dias desde que tenham suficiente audiência, quando eles pretendam retirar-se, ou o Concílio, depois de os ter escutado, os intime para que se retirem, os fará conduzir com o favor de Deus, longe de toda a fraude e dolo, até que o lugar que cada um escolha e tenha por seguro.

Aliás, é bom frisar que a publicação de alguns decretos que estava marcada para esta sessão foi adiada em atenção ao pedido dos protestantes que ainda não haviam chegado:

[T]endo além disso acreditado que viriam a este Sacrossanto Concílio os que se chamam Protestantes, (…) e como no entanto, não chegaram até o presente momento, e como tenham suplicado em seu nome, a este Santo Concílio que se espere até a próxima Sessão a publicação que deveria ser feita hoje, confirmando que certamente viriam sem falta, (…) transferiu à Sessão seguinte, para trazer à luz e publicar os pontos acima mencionados, no dia da festa de São José, que será em 19 de março, com aqueles que não somente tenham tempo e lugar bastante para vir, mas também para trazer propostas antes do dia marcado.

Pois bem. O pe. Ralph, no livro citado acima, diz o seguinte no capítulo sobre os observadores-delegados e convidados ao Concílio Vaticano II:

Em 8 de setembro de 1868, quinze meses antes da abertura do primeiro Concílio do Vaticano, Pio IX dirigiu a todos os patriarcas e bispos da Igreja Ortodoxa uma Carta Apostólica convidando-os a pôr fim ao estado de separação. Se o aceitassem, teriam no Concílio os mesmos direitos de todos os outros bispos, uma vez que a Igreja Católica considera válida sua sagração. Se não, eles teriam, como no Concílio de Florença em 1439, a possibilidade de tomar parte nas Comissões conciliares compostas de bispos e teólogos católicos, para discutir os assuntos do Concílio. Mas o texto da carta foi considerado ofensivo pelos patriarcas e bispos.

[Wiltgen, Ralph M., “O Reno se lança no Tibre: o Concílio Desconhecido”, p. 124. Ed. Permanência, Niterói, RJ, 2007]

Recapitulando: o Concílio de Trento convidou protestantes, e ainda lhes concedeu um salvo-conduto para que transitassem com segurança por terras católicas. O Papa Pio IX convidou ortodoxos para o Concílio Vaticano I, garantindo-lhes a possibilidade de tomar parte nas Comissões conciliares e discutir os assuntos do Concílio. O mesmo aconteceu no Concílio de Florença. Portanto, a presença de hereges e cismáticos nos Concílios Ecumênicos – ou, ao menos, o convite feito por Roma, dado que eles nem sempre aceitaram – sempre existiu na história da Igreja.

Com qual objetivo? O de convertê-los a Fé Verdadeira, é óbvio. O de discutir francamente com eles, mostrando-lhes a Verdade Católica e o erro no qual eles incorrem ao se separarem da Igreja de Jesus Cristo. O de permiti-los acompanhar de perto os trabalhos conciliares, a fim de que se impregnem da Doutrina Católica e possam, quiçá, ser tocados pela graça de Deus e abjurarem os seus erros. A presença de hereges e cismáticos, portanto, em Concílios Ecumênicos, não deveria escandalizar ninguém.

No Concílio Vaticano II foi feito o mesmo convite. Hereges e cismáticos participaram das sessões conciliares. Participaram, no entanto, como hereges e cismáticos – ou como “irmãos separados”, na linguagem conciliar -, podendo assistir às sessões, podendo (talvez) discutir nas comissões (como no Vaticano I e no Concílio de Florença), mas sem direito a voto, óbvio, porque não fazem parte da Igreja. Aliás, não sei nem mesmo se eles tinham direito a fazer intervenções nas Aulas Conciliares.

Ao Vaticano II fizeram-se presente diversas delegações de não-católicos. Para que isso fosse possível, ajudou o clima mundial à época da convocação do Concílio Ecumênico; permito-me citar de novo o pe. Ralph, porque ele traz uma informação muito interessante sobre este assunto (grifos meus):

O clima religioso do mundo na época de João XXIII era bem diferente do clima dos tempos de Pio IX. Desde então, o movimento ecumênico em favor da unidade dos cristãos tinha se implantado solidamente em todas as comunidades cristãs.

Numerosos fatores haviam contribuído para a expansão deste movimento verdadeiramente providencial. O primeiro era a investigação bíblica que tinha aproximado eruditos católicos, protestantes, anglicanos e ortodoxos. O segundo era a existência do Conselho Ecumênico das Igrejas, fundado precisamente para promover a união dos cristãos em todos os domínios possíveis, e que em menos de trinta anos tinha visto sua composição ultrapassar 214 igrejas-membros de pleno direito e 8 membros associados – igrejas protestantes, anglicanas, ortodoxas e velho-católicas. Enfim, a ameaça neo-pagã do nazismo na Europa durante a II Guerra Mundial tinha unido, na defesa da religião, católicos e cristãos de todas as denominações, o que explica que o movimento ecumênico tenha primeiro se manifestado na Alemanha, na França e nos Países Baixos. Entre os chefes mais ativos do ecumenismo católico figuravam jesuítas e dominicanos.

Os primeiros sucessos alcançados nesses três países receberam novo alento quando o Santo Ofício publicou, em 20 de dezembro de 1949, sua longa “Instrução sobre o movimento ecumênico”. Esta “instrução” convidava insistentemente os bispos do mundo inteiro “não somente a vigiar com cuidado e diligência todas as atividades deste movimento, mas também promovê-las e dirigi-las prudentemente, para que aqueles que estão em busca da verdade e da verdadeira Igreja possam ser ajudados, e para que os fiéis fossem prevenidos contra os perigos que corriam tão facilmente ao promoverem tais atividades”.

[op. cit., pp 124-125]

Havia, portanto, uma instrução do Santo Ofício, pré-conciliar (de 1949, 13 anos antes de se iniciar o Vaticano II), convidando os bispos a promover e dirigir as atividades ecumênicas. Com qual objetivo? Obviamente, com o objetivo de fazer com que o movimento desse frutos verdadeiros e, ao invés de proporcionar um falso irenismo, fosse um instrumento eficaz para ajudar os hereges e cismáticos a encontrarem na única Igreja de Nosso Senhor a unidade que eles estavam buscando. Não vejo, portanto, justificativas para que o Vaticano II seja condenado por coisas que, antes dele, já faziam parte da Igreja, como o convite a hereges e cismáticos para que aprendam a Doutrina Católica nos Concílios Ecumênicos ou a promoção do ecumenismo para que ele sirva como meio de regresso dos sarmentos secos à Igreja de Nosso Senhor. Aos que diferenciam o “ecumenismo conciliar” do ecumenismo do Santo Ofício em 1949, precisariam provar as suas acusações de modo inequívoco. O mesmo vale aos que diferenciam a participação de protestantes e ortodoxos no Vaticano II daquela à qual hereges e cismáticos sempre foram convidados ao longo da história da Igreja.

Concluamos: os membros de outras religiões não estiveram no Concílio Vaticano II como “palpiteiros” para dizer como “deveria” ser a Doutrina Católica, pois esta é imutável e a Igreja o sabe muito bem. Foram, repito, os prelados católicos que votaram os documentos, não os observadores ortodoxos e protestantes. Estes, aliás, se é que chegaram a discutir nas comissões os assuntos do Concílio – coisa que eu não sei se aconteceu -, não fizeram nada diferente daquilo que Pio IX já havia proposto e, antes dele, o Concílio de Florença. Não existe nenhum motivo para se rasgar as vestes quanto a isso.

Não estou dizendo com isso que tudo está muito lindo e perfeito, e que os católicos hoje em dia vivem, via de regra, a mais pura expressão da Doutrina Católica, porque é claro que não vivem. É preciso fazer muita coisa, tanto para tentar descobrir o porquê do Concílio ter sido tão tremendamente distorcido, quanto para tentar propôr caminhos a serem seguidos pelos católicos; mas esse artigo já vai muito longo e eu vou deixar isso para uma outra oportunidade. Acredito que valha a pena, para finalizar, citar a intervenção feita às vésperas do fechamento do Concílio pelo chefe da delegação anglicana numa cerimônia realizada na Basílica de São Paulo Fora dos Muros para promover a unidade dos cristãos:

O Rev. Moorman, chefe da delegação anglicana, dirigiu-se ao Papa em nome dos observadores-delegados e dos convidados, cujo número atingira 103 componentes durante a quarta sessão. “Nenhuma vez sequer durante estes quatro anos”, disse, “sentimos que nossa presença incomodasse fosse a quem fosse. Ao contrário, sempre nos pareceu que ela havia contribuído, em vários aspectos, para o êxito do Concílio e da grande tarefa de reforma que ele empreendeu”. E acrescentou: “Nós acreditamos que passou o tempo do medo recíproco, do exclusivismo rígido, da suficiência arrogante. A estrada da unidade por certo será longa e difícil, mas Vossa Santidade sentirá talvez o conforto de saber que, pelo fato de nossa presença aqui na qualidade de observadores, terá a companhia de uma centena de homens (…) [reticências no original], que pelo mundo afora se esforçarão por levar às Igrejas alguma coisa do espírito de amizade e tolerância de que foram testemunhas em São Pedro. Nossa missão de observadores não terminou. Eu me refiro, caríssimo e santíssimo Padre, ao que vós pensais de nós, como amigos – como mensageiros – agora que cada um de nós retoma a própria estrada.

[op. cit., p. 285]

As besteiras teológicas proferidas pelo reverendo Moorman diante do Papa são da lavra dele, e não do Concílio. As mesmíssimas bobagens irenistas, aliás, multiplicam-se amiúde nos nossos dias, e é importante que elas sejam corrigidas. Seria ingenuidade – o próprio anglicano reconhece – achar que a unidade dos cristãos seria alcançada de outra maneira que não por uma estrada “longa e difícil”. O Vaticano II não se propôs a isso, e é aquele que falou ao Papa em nome dos observadores-delegados ao fim do Concílio que o atesta. Vale ainda destacar que o herege tem consciência de que o seu papel no Concílio é o de observador. E eu, particularmente, fico feliz em ver um herege anglicano chamando o Papa de “Vossa Santidade” e de “Santíssimo Padre”…

Sobre zelo e prudência

A [má] repercussão sobre o triste fato ocorrido em Brasília no domingo último ultrapassou os limites da razoabilidade. Diante de um tal acontecimento deveriam ter lugar na alma católica a penitência, a reflexão sobre as próprias atitudes, a oração; ao contrário, polarizou-se a discussão e se utilizou do fato para se fazer propaganda velada do próprio sectarismo anti-Vaticano II que estava na raiz mesma da supressão da missa tridentina na capital do país.

A missa tradicional já esteve por muito tempo nas mãos de pessoas que [sem fazer nenhum juízo de valor sobre as suas intenções, que acredito sinceramente serem as melhores possíveis] causaram muito mal à Igreja e forçaram as medidas necessárias para a solução da crise que atravessa a Esposa de Nosso Senhor a serem postergadas. Com a graça de Deus, o papa Bento XVI gloriosamente reinante tem dirigido com maestria a Barca de Pedro e conduzido-A (não sem percalços) pelos caminhos que Ela precisa singrar, a despeito dos escolhos existentes e dos riscos que Ela corre. É fundamental que os marinheiros não sejam um empecilho aos projetos do Capitão.

Com o motu proprio Summorum Pontificum, a Missa Gregoriana foi – graças a Deus! – arrancada das mãos dos filhos rebeldes da Igreja e solenemente entronizada no lugar que lhe pertence de direito: no coração da Igreja Católica. Aquela que antes era usada por extremistas como cavalo de batalha contra a própria Igreja, hoje está sendo – não sem dificuldades! – colocada novamente ao serviço da Esposa de Nosso Senhor. É da mais capital importância que este processo não seja sabotado.

A Missa Tridentina não é exclusividade daqueles que, em maior ou menor grau, têm problemas com o Concílio Vaticano II e as reformas que se lhe seguiram. Ao contrário, o Summorum Pontificum veio exatamente para dizer que ela pertence a todo o povo de Deus, a todos os filhos da Igreja, e é nesta catolicidade que ela deve ser sempre considerada. É inoportuno querer fazer “um pacote” onde estejam juntos o rito tridentino e o espírito anti-Vaticano II, e empurrá-lo aos fiéis em todas as dioceses e paróquias onde o motu proprio encontre um mínimo de boa vontade. Não precisamos desta “promoção”.

Há dolorosos exemplos (inclusive recentes) de situações onde más atitudes por parte de alguns católicos [repito, cuja boa vontade não está em discussão] provocaram graves danos à Igreja. Há o [ontem lembrado] caso do IBP em São Paulo, há as [já tristemente célebres] diatribes virtuais lançadas pelo Instituto do pe. Divino Lopes contra Sua Excelência Dom Manoel Pestana Filho – para ficarmos apenas nos mais notórios. Precisamos aprender com os nossos erros, a fim de que a nossa contribuição para o fim do incêndio não seja lançar mais gasolina ao fogo.

O Danilo entendeu isso muito bem e republicou as suas dicas para não perder a missa tridentina – vale a pena uma [re]leitura. Que os católicos que amam a Igreja possam unir as suas forças em torno de seus objetivos comuns: a maior glória de Deus, a salvação das almas, a exaltação da Santa Madre Igreja. Oremus pro invicem. E que a Virgem Puríssima, Auxilium Christianorum, seja em nosso favor; que São Miguel Arcanjo nos proteja a todos no combate, livrando-nos de todos os embustes e ciladas do demônio.

Missa Tridentina em Brasília

Recebi por email as seguintes informações: a missa na Forma Extraordinária do Rito Romano, celebrada todo domingo às 17:00 na igreja de São Pedro de Alcântara, em Brasília, está suspensa por tempo indeterminado depois que o padre “recebeu um email desaforado no dia anterior”, enviado por um paroquiano, onde este “condenava as seguidas homilias (…) contra o ultratradicionalismo anti Concilio Vaticano II”. O referido sacerdote teria dito que só voltaria a celebrar depois que o autor do email se retratasse.

Acrescentem-se ainda as seguintes informações:

Fui informado que a missa era freqüentada por estes seguintes grupos:

1 – Membros e cooperadores da TFP Fundadores, que representam a maioria dos fieis na missa e mesmo tendo preferência pelo Rito Extraordinário aceitam e respeitam o Rito Ordinário.  Os conheço muito bem e sei jamais criariam qualquer constrangimento ao Padre.

2 – Dois grupos da Monfort, que todos nos aqui sabemos muito bem a orientação que tem.

3 – Um pequeno grupo de ultra tradicionalistas sedevacantistas, que acreditam em um suposto “papa” em Santa Catarina !!!  (fiqueis sabendo ontem da existência desses malucos).

4 – Um grupo de ultra tradicionalistas da Luziânia, cidade de Goiás próxima 40 km de Brasília, que chegaram a distribuir panfletos contra o CVII e o Rito Ordinário.  Em função desta panfletagem eles foram duramente repreendidos pelo Pe. Givanildo.

5 – Fieis avulsos.

Sem entrar no mérito do acerto ou não desta atitude no que se refere aos fiéis católicos que se esforçam para serem fiéis à Igreja e ficaram, sem culpa própria, privados de uma celebração à qual têm direito, permito-me expôr a seguinte minha interpretação do Summorum Pontificum quanto ao(s) paroquiano(s) que causou(aram) toda a celeuma: o art. 5º §1 diz que o pároco que celebre a forma extraordinária do rito romano a pedido dos fiéis deve “procurar que o bem destes fiéis se harmonize com a atenção pastoral ordinária da paróquia, sob a direção do bispo como estabelece o cân. 392 evitando a discórdia e favorecendo a unidade de toda a Igreja” (grifos meus). O próprio papa Bento XVI já disse, na carta aos bispos que acompanha o motu proprio, que “[n]ão existe qualquer contradição entre uma edição e outra do Missale Romanum. Na história da Liturgia, há crescimento e progresso, mas nenhuma ruptura”; ora, se existem “fiéis” semeando a cizânia dentro da paróquia e opondo uma forma do rito à outra – i.e., contrariando frontalmente o que o Santo Padre diz -, parece-me que tais pessoas não têm nenhum direito à celebração da Santa Missa na forma extraordinária. Falo isso para antecipar as críticas – que já antevejo – de que, em Brasília, existe um padre que está desobedecendo ao Summorum Pontificum…

É de se lamentar que alguns católicos sejam imprudentes a ponto de se tornarem um empecilho à restauração da Liturgia na Igreja. Rezemos por Brasília; a fim de que os que amam verdadeiramente a Igreja possam unir forças para a solução da crise que atravessa a Esposa de Nosso Senhor. Que São João Bosco interceda pela capital do país.

P.S. [06 de maio de 2009]: conforme foi informado aqui, o pároco de São Pedro de Alcântara decidiu que vai continuar celebrando normalmente aos domingos a Missa Tridentina. Demos graças a Deus.

Os avestruzes comunistas

Gostaria de tecer alguns comentários sobre um artigo do Olavo de Carvalho, publicado no seu site na semana passada, chamado Orando com os avestruzes. Soube apenas a posteriori (graças a um outro artigo do Veritatis Splendor anteontem publicado) que as palavras “despejadas na rede” e comentadas pelo filósofo eram da autoria do Pedro Ravazzano, e foram feitas em uma lista de emails da qual o Pedro participa.

Pois bem; para não demorar-me, o artigo do Olavo apresenta, a meu ver, três problemas.

1. A patente desproporção. Como é que um artigo numa lista de emails privada à qual sabe-se lá quantas pessoas têm acesso recebe uma resposta no site do Olavo de Carvalho e no Diário do Comércio, 24 de março de 2009? Isto torna absolutamente pertinente a queixa do Ravazzano na réplica publicada pelo Veritatis: “De todo o modo, sempre é pertinente frisar que, nessa confusão, que eu caí de pára-quedas – afinal não esperava que um simples comentário fechado tomasse grandes proporções – jamais ultrajei ou ofendi o Olavo e sua família, e queria ser tratado da mesma maneira”.

2. A falsa oposição entre militância anticomunista e vida interior. Também sobre isso falou o Pedro, dizendo: “Olavo coloca como se eu tivesse feito uma integral condenação do anticomunismo militante quando, na verdade, apenas afirmei que aqueles católicos que desconheciam as condenações da Igreja ao comunismo, mas viviam em entrega a Deus e seguiam piedosamente os princípios e preceitos cristãos, tornavam-se anticomunistas naturalmente”. É perfeitamente natural – aliás, é necessário – que um católico, se bom católico, tome posição frontalmente contrária ao comunismo, mas a recíproca não é verdadeira: nada garante que um “anticomunista” torne-se ipso facto um bom católico. E simplesmente ser “anticomunista”, rasgue as vestes quem o quiser, não salva ninguém: esta é a verdade. É necessário ser católico, e bom católico – e a missão da Igreja, por evidente, é forjar católicos, e salvar as almas uma a uma.

Não é respeitoso para com a vida espiritual referir-se a ela da forma como o fez Olavo de Carvalho. Não é justo chamar as pessoas que estão sinceramente preocupadas em praticar a sua Fé de avestruzes e insinuar negligência delas no combate ao comunismo. As palavras do Olavo – p.ex., “[c]omo pode a vida religiosa ter-se prostituído a tal ponto que um fiel católico já não enxerga nada de ofensivo em acreditar que os mais de trinta milhões de mártires e combatentes cristãos sacrificados pela sanha comunista na Rússia, na Polônia, na Hungria, na China, em Cuba e um pouco por toda parte merecem apenas as nossas orações, se tanto, em vez da nossa firme disposição de correr o mesmo risco que eles correram?” – são meras hipérboles de retórica. Primeiro, porque passa a impressão de que temos todos a obrigação moral de pegarmos em armas e fazermos incursões milicianas a Cuba para derrubarmos o regime comunista, o que é gritantemente falso. Sim, os mártires são honrados, mas ninguém deve lançar-se em busca do martírio, óbvio – isso sim seria tentar a Deus. Segundo, porque todo o artigo do Olavo é baseado no boneco de palha já trazido à luz: não existe – a não ser na cabeça do Olavo – nem sombra de um “lavar as mãos” com requintes de pacifismo no discurso católico.

3. A apresentação do Vaticano II como bode expiatório. Parece brincadeira: a culpa de tudo recai nas costas do Concílio! Não sei como ainda não surgiu uma demonstração incontestável de que o aquecimento global, a crise financeira, a eleição de Barack Obama, o nobel de Saramago, os atentados de 11 de setembro e os massacres da Faixa de Gaza foram causados pelo Concílio Vaticano II. Não duvido que alguém se aventure a fazê-la. No entanto, e isso é muito de se lamentar, o Olavo presta um grande desserviço à Igreja ao vir com as acusações do tipo:

O cardeal Pallavicini ensinava que “convocar um concílio geral, exceto quando exigido pela mais absoluta necessidade, é tentar Deus”. Desde a fundação da Igreja até a década de 60 do século findo, realizaram-se vinte concílios. Nenhum deles incorreu nesse pecado. Cada um, segundo enfatizava o cardeal Manning, “foi convocado para extinguir a heresia principal ou para corrigir o mal maior da respectiva época”. O primeiro a desprezar essa exigência, e a desprezá-la não por descuido, não por um lapso, não por negligência, mas por vontade expressa e por firme decisão de seus convocantes, foi o Concílio Vaticano II.

Dada a conclusão do artigo, caberia perguntar o quê, exatamente, o Olavo tencionava com ele. Abrir, por algum motivo desconhecido do grande público, uma polêmica incompreensível com um jovem de Salvador? Inverter a importância das coisas e colocar a militância anticomunista sozinha (e não a imitação de Cristo) como o valor máximo a ser buscado nesta vida? Ou simplesmente ter um pretexto para atacar um Concílio Legítimo da Igreja Católica?

Sobre o esplendor da hipocrisia

Encontrei um pequeno texto – disponível no blog “Pacientes na Tribulação” – que se chama “O esplendor da hipocrisia” e se presta a atacar o Veritatis Splendor por um artigo sobre o Magistério da Igreja que foi publicado lá no final do mês passado. Ao terminar de ler o texto – do “Pacientes na Tribulação” -, fico com a incômoda impressão de que o seu autor incorre quase no mesmo erro de que acusa o Veritatis.

Este é acusado de falsificar os “argumentos tradicionalistas”:

Argumento Tradicional: O Magistério Ordinário pode ser rejeitado quando apresentar erros contra a Fé.

Deturpação do argumento: o Magistério Ordinário pode ser rejeitado sempre e livremente

Oras, eu não tenho procuração para defender o Veritatis Splendor, mas há dois problemas com o “argumento tradicional” da maneira como é apresentado que preciso apontar. Primeiro problema: é necessário demonstrar de maneira clara e insofismável que o Magistério Ordinário é passível de apresentar erros contra a Fé, pois esta proposição é bastante discutível (aliás, antes disso, é necessário definir precisamente o que significa “Magistério Ordinário”). Segundo problema (e este é o mais sério): concedendo que seja possível ao Magistério Ordinário apresentar erros contra a Fé, a quem compete julgar se, num situação concreta, tal coisa se observa ou não?

Às vezes, eu tenho a impressão de que alguns “tradicionalistas” comportam-se como se a existência de “erros contra a Fé” nos textos conciliares fosse uma evidência incontestável. Como se o Concílio tivesse dito expressa e inequivocamente heresias. Justamente os que acusam o Concílio de “ambigüidade”, agem no entanto como se o seu problema fosse não este, e sim o de heresias explícitas. Lembram-me um pouco alguns que se dizem agnósticos e, começando por dizer que não dá para saber se Deus existe, comportam-se contudo como se fosse certa a Sua não-existência.

Os supostos “erros contra a Fé” do Vaticano II são extremamente discutíveis. Não apenas por mim, porque a minha opinião tem bem pouca importância: os Papas – portanto, o Magistério – nunca afirmaram que houvesse erro contra a Fé no Concílio e, ao contrário, sempre corroboraram a sua ortodoxia e a sua perfeita harmonia com a Doutrina Tradicional. Se, portanto, o “argumento tradicional” diz que só se pode rejeitar o Magistério Ordinário quando este contém “erros contra a Fé”, tal argumento não justifica a rejeição do Vaticano II, posto que o Magistério da Igreja (o único intérprete autorizado do Concílio) já afirmou que este não contém erros contra a Fé.

A menos que seja possível ao leigo contradizer o Magistério da Igreja e afirmar que existem erros onde o Magistério diz que eles não existem; a menos que seja da competência de qualquer fiel julgar os textos magisteriais para discernir, por conta própria, se, neles, há erros ou não há. E, se for este o “argumento tradicional”, então a “deturpação” do Veritatis corresponde quase perfeitamente à realidade: se qualquer um pode “sempre e livremente” pegar os textos do Magistério e sentenciar por conta própria que eles contêm “erros contra a Fé”, então isso é, na prática, equivalente a dizer que qualquer um pode, sim, rejeitar sempre e livremente o Magistério Ordinário, bastando para isso proferir a sentença condenatória de heresia. Apresentando, pois, o “argumento tradicional” de uma forma abstrata e destoante da sua aplicação concreta na realidade, há pelo menos tanta “falsificação” aqui quanto na caricaturização feita pelo Veritatis.

Quanto a isso, por fim, já houve – e, aliás, ainda há – na história da Igreja uma coisa muito parecida com isso, só que ao contrário: quando da condenação do Jansenismo, alguns católicos disseram que, nos textos de Jansenius condenados, não havia heresia, a despeito dos papas afirmarem com muita clareza que, sim, havia. Existe um interessante artigo (cuja leitura vale muito a pena – procurem por The heresy of the anti-Jansenist popes) “provando” que os Papas da época cometeram heresias, ao condenar proposições que não poderiam ser condenadas (porque – óbvio, segundo eles – já aprovadas anteriormente pela Igreja). Tal artigo prova que há heresia em Inocente X, Clemente XI, e até mesmo em São Pio V (!). Note-se que é um artigo atual; há, hoje em dia, pessoas defendendo essas coisas. Estes tradicionalistas que se auto-atribuem o múnus de contradizer os papas no tocante ao Vaticano II agem, provavelmente sem o saber, com a exata mesma mentalidade dos que se permitem dizer que a condenação do jansenismo foi herética. Não acredito, ao contrário do “Pacientes na Tribulação”, que haja uma argumentação hipócrita nestes que me proponho a refutar aqui; no entanto, há – para dizer o mínimo – sem dúvidas uma excentricidade, que não é sadia e não faz bem à Igreja de Nosso Senhor.

Ainda as Indulgências

Aqui, faço eco àquilo que o Marcio Antonio já disse há quase um mês no “Eles não sabem o que escrevem”. Não me detenho muito em analisar o porquê das reportagens sobre as indulgências estarem erradas; o Marcio já fez isso. Há, no entanto, outra raça de gente que tem bem menos direito de errar sobre o assunto do que a mídia secular: são os hereges do Centro Apologético Cristão de Pesquisas que escreveram um artigo sobre o assunto.

Logo o subtítulo já revela a seriedade do “estudo”: Indulgência agora é gratuita. Voltou com João Paulo II e, sob Bento XVI, cresceu para varrer pecados do mundo. Três erros em uma única linha! Primeiro, indulgências sempre foram gratuitas; segundo, elas não “voltaram” com João Paulo II (porque sempre existiram); terceiro, as indulgências apagam as penas temporais dos pecados já perdoados, no máximo “varrendo”, portanto, as penas, e não os pecados em si. Eis um exemplo verdadeiramente invejável de como conseguir falsear uma notícia maximizando o número de erros por frase escrita! Tem coisas que só o CACP faz por você…

Aliás, eu tenho a impressão de que este site se baseia na mídia secular para escrever os seus artigos, porque não é possível uma tão grotesca coincidência: em certo ponto, o artigo aqui comentado diz que [o] Concílio Vaticano II (1962-1965) a aposentara [a indulgência] com a missa em latim e a dieta de carne às sextas-feiras. Permito-me citar o Marcio:

Como a missa em latim e as sextas-feiras sem carne, a indulgência foi uma das tradições separadas da prática da maioria católica nos anos 60 pelo Concílio Vaticano 2º

Não, não adianta você ir aos documentos do Vaticano II. Lá você não encontrará nada sobre acabar com a missa em latim, a abstinência das sextas-feiras (ela ainda existe, sabiam?) e as indulgências. Acho que deve haver uma regra nas redações. Se o jornalista não sabe por que algo mudou no mundo católico, coloca a culpa no Vaticano II. Hoje as casulas góticas são mais usadas? “Deve ter sido coisa do Vaticano II”, pensa o repórter. Temos padres cantores? “Humm, acho que foram incentivados pelo Concílio”, dirá ele.

Não, o Marcio não está comentando o artigo do CACP, e sim o do NYT reproduzido pela Folha. Não acredito que um erro tão absurdo quanto o acima exposto possa ter surgido, simultânea, idêntica e independentemente, em duas cabeças distintas; portanto, a única explicação plausível para o fenômeno é que os consultores teológicos do CACP são os jornais leigos como o New York Times! É uma verdadeira piada; com fontes dessas, como é que o site tem a cara de pau de pretender oferecer “apologética” na internet?!

É muita cretinice; os “apologetas” hereges do CACP manifestamente não fazem a mínima idéia daquilo sobre o que estão falando e, mesmo assim, têm a pachorra de apresentar, julgar e condenar uma doutrina cujo conteúdo lhes escapa completamente. Um mínimo de honestidade intelectual é exigido de quem pretende comentar idéias alheias; caso contrário, pode-se falar em fraude, pode-se falar em engodo, pode-se falar em empulhação, pode-se falar em mentira, pode-se falar em safadeza, pode-se falar em engano, pode-se falar em desonestidade, pode-se falar em qualquer coisa, mas – por razões óbvias – não se pode, de modo algum, falar em apologética.

Estatutos do IBP

Há uns seis meses atrás, eu perguntei sobre os Estatutos do IBP, quando, cansado com a insistência de algumas pessoas em repetir ad nauseam que o Instituto havia sido criado “para criticar o Vaticano II e a Missa Nova” e blá-blá-blá, perdi a paciência e quis saber de onde havia sido tirada esta informação. Silêncio sepulcral; se o IBP havia sido erigido com este propósito, tal fato não havia sido divulgado para ninguém.

Anteontem o Fratres in Unum noticiou que foram publicados – finalmente – os Estatutos do IBP. A íntegra – em francês – pode ser aqui encontrada; é um documento relativamente curto, de cinco páginas. Nem uma palavra sobre uma suposta crítica ao Vaticano II e à Missa Nova, como é natural. E agora, como ficam os que repetiram isso à exaustão?

O Ferretti fez o enorme favor de resolver o mistério e mostrar para todo mundo qual é a fonte desta informação, em comentário que me permito reproduzir aqui:

[A] possibilidade de crítica construtiva ao Vaticano II está prevista nas “Atas de adesão” assinadas pelos Padres do IBP quando da fundação do Instituto.

“A propósito de certos pontos ensinados pelo Concílio Vaticano II ou relativos às reformas posteriores da liturgia e do direito, que nos parecem dificilmente conciliáveis com a Tradição, nos comprometemos a ter uma atitude positiva de estudo e de comunicação com a Sé Apostólica, evitando toda polêmica. Esta atitude de estudos quer participar, por uma crítica séria e construtiva, à preparação de uma interpretação autêntica por parte da Santa Sé desses pontos do ensinamento do Concílio Vaticano II, bem como de certos elementos de textos e disciplinas litúrgicas e canônicas que decorrem”.

http://blog.institutdubonpasteur.org/spip.php?article46

Convenhamos: a “crítica construtiva” do IBP, que não é estatutária, que é uma “atitude positiva” em “comunicação com a Sé Apostólica”, e ainda por cima “evitando toda polêmica”, é completamente diferente daquilo que foi por muito tempo alardeado (e diligentemente praticado) por alguns “baluartes da tradição” (esta, com ‘t’ minúsculo mesmo) que não medem esforços para – per fas et per nefas – “justificar” de alguma maneira os seus desvarios. A Verdade sempre aparece. Já disse Nosso Senhor que não há nada de oculto que não venha a ser descoberto.

Ainda as controvérsias conciliares

Não tive lá muito tempo disponível nos últimos dias para acompanhar os debates cá do Deus lo Vult! sobre o Concílio Vaticano II (aliás, há um debate pendente com o senhor Sandro que está na minha lista de coisas a fazer; Sandro, não se preocupe, que eu não me esqueci do senhor), o que é uma grande pena; mas há um comentário do sr. Antonio que foi feito sobre o qual eu gostaria realmente de tecer alguns comentários.

Ele começa com considerações sobre a Missa Nova, citando um texto que explica como há, no Novus Ordo Missae, “certas características de rito e de culto objetivamente coincidentes com a doutrina protestante da “Ceia do Senhor” e com a Nova Teologia — teologia não apenas reforçada pela Missa Nova, mas também gênese-inspiração de sua própria fabricação”. Gostaria de deixar este assunto de lado por enquanto, porque o problema aqui é essencialmente diferente daquele do Concílio, por diversos motivos. Basta por enquanto afirmar que a Santa Missa no rito em que é celebrada na virtual totalidade da Igreja Atual é, sem sombra de dúvidas, verdadeiro e próprio Sacrifício, é válida e lícita, nem herética e nem “heretizante”. Em outra oportunidade, volto a estes pontos, para explorá-los com mais detalhes; por enquanto, quero me debruçar sobre a questão do Concílio.

Comentei – e, aliás, mantenho – que qualquer documento magisterial, não importa o quão claro seja, infalível ou não, é passível de distorções, e citei como exemplo a Unam Sanctam (Por isso, declaramos, dizemos, definimos e pronunciamos que é absolutamente necessário à salvação de toda criatura humana estar sujeita ao romano pontífice), da qual se pode inferir a inexistência do Batismo de Desejo (tese condenada do pe. Jesuíta Leonard Feeney); contra isto, o sr. Antonio fez cinco ponderações, que cito abaixo:

1) O Vaticano II dá muito mais oportunidade para isso do que a Unam Sanctam; 2) Dessa bula o feeneyismo só falsamente se alimenta desvirtuando-se aquele pequeno excerto, enquanto que no Vaticano II o erro é por vezes apresentado nas autocontradições ao longo de suas páginas ou mesmo nas orações adversativas; 3) O feeneyismo, que de uma má interpretação daquela bula pode surgir, não prejudica os adeptos ignorantes desse erro tal como o faz o erro oposto do irenismo relativista, não condenado e até insinuado pelo texto e pelo espírito ecumenista do Vaticano II; 4) Ao contrário do espírito geral de compromisso e ambigüidade para fazer aprovar por vasta maioria de votos os documentos do Vaticano II, e para depois interpretar à maneira querida por muitos de seus redatores, a bula Unam Sanctam não foi escrita para, nem pensando em, o erro que depois a instrumentalizou; 5) O Vaticano II possibilita uma matiz tão mais vasta de interpretações, desde aquela dita “conservadora” (modernismo light) até aquela mais progressista, que condenar uma concede até força para as demais e também erradas interpretações, mesmo que mais brandas ou parcialmente erradas.

Ora, do exposto, segue-se que o problema do Vaticano II seria meramente de grau, e não de essência. Mantenho: quaisquer documentos católicos, infalíveis ou não, conciliares ou dos Santos Padres, das Escrituras Sagradas, do Concílio de Nicéia ao Vaticano II, são passíveis de más interpretações, e é exatamente por isso que a interpretação legítima de quaisquer textos católicos compete ao Magistério da Igreja, e não a particulares.

Com algumas das ponderações feitas dá para concordar; com outras, não. Se eu certamente concordo que o Feeneyismo “só falsamente se alimenta desvirtuando-se aquele pequeno excerto”, no entanto afirmo igualmente que o modernismo só falsamente se alimenta do Vaticano II, desvirtuando-lhe o sentido verdadeiro. A diferença de grau (que reconheço existir) pode ser muito razoavelmente creditada à extensão dos textos que o Vaticano II deixou, ou à má-intenção dos inimigos da Igreja que se apropriaram indevidamente dos documentos conciliares; não é necessário alegar uma “maldade intrínseca” do Concílio para tanto.

A quinta ponderação diz que o Concílio permite interpretações que vão “desde aquela dita “conservadora” (modernismo light) até aquela mais progressista”. Ou seja: a “faixa interpretativa” do Vaticano II seria limitada de um lado pela “heresia light” e, do outro, pela “heresia heavy”, o que é a mesma coisa que dizer que o Concílio é vere et proprie herético, pois incapaz de se prestar a uma interpretação ortodoxa! Com isso, é impossível concordar. Já afirmei aqui (e mantenho) que o Concílio é, sim, passível de descalabros interpretativos heréticos, mas também é (e, aliás, esta é a única forma na qual é lícito entender o Concílio) passível de interpretações ortodoxas. Não imagino estar sozinho nesta minha posição; também o Papa Bento XVI, no já célebre discurso de natal à Cúria Romana, afirmou claramente:

Assim podemos hoje, com gratidão, dirigir o nosso olhar ao Concílio Vaticano II: se o lemos e recebemos guiados por uma justa hermenêutica, ele pode ser e tornar-se cada vez mais uma grande força para a sempre necessária renovação da Igreja.

O Vaticano II, portanto, pode ser justamente interpretado [e adianto que a “renovação da Igreja” não tem nada a ver com a “criação de uma Nova Igreja”, posto que esta última é precisamente a interpretação condenada pelo Santo Padre poucas linhas atrás] e deve ser justamente interpretado. Outra forma de encará-lo é inútil e só pode conduzir ao erro.

Gostaria de fazer somente mais dois comentários. Primeiro, há mais um clássico exemplo de texto magisterial historicamente mal-interpretado (e que, aliás, alguns interpretam erroneamente até hoje): trata-se da liberdade religiosa. Eu trouxe aqui, no debate com o Sandro sobre este assunto, uma citação do Beato Pio IX citada por Dom Estêvão na Pergunte & Responderemos, que reproduzo mais uma vez:

O autêntico significado do pensamento de Pio IX foi formulado pelo Bispo de Orleães, Mons. Dupanloup, num escrito que, aos 26/01/1865, comentava a Encíclica Quanta Cura e o Syllabus:

“O Papa condena o indiferentismo religioso, esse absurdo que de todos os lados e em todas as tonalidades nos é incutido hoje em dia, a saber: o Evangelho ou o Alcorão, Buda ou Jesus Cristo, o verdadeiro e o falso, o bem e o mal, tudo é igual… Condenar a indiferença em matéria de religião não é condenar a liberdade política dos cultos”.

Ora, Pio IX, aos 04/02/1865, respondeu elogiosamente a Mons. Dupanloup, dizendo:

“Reprovastes tais erros no sentido em que Nós mesmos os reprovamos… Estais em condições de transmitir aos vossos fiéis o nosso autêntico pensamento pelo fato mesmo de terdes refutado energicamente as interpretações errôneas do mesmo” (o texto de Pio IX encontra-se na sua íntegra latina no estudo de R. Aubert: Mgr Dupanloup et le Syllabus, em Revue d’Histoire Ecclésiastique, Louvain 51, 1956, p. 913).

[Pergunte & Responderemos, n. 516, junho de 2005, pp. 257-258]

E grifo: Condenar a indiferença em matéria de religião não é condenar a liberdade política dos cultos. Não é de hoje que o ensino da Igreja é mal-entendido; no tocante à liberdade religiosa, pelo menos desde Pio IX que ele é mal entendido! Portanto, tal prerrogativa não é exclusiva do Concílio Vaticano II. É importante mostrar o ensino católico; e não ficar no lenga-lenga de joeirar o Magistério e “pescar”, nos documentos emanados de Roma, o que é ortodoxo e o que não é.

O segundo comentário é sobre a entrevista de Dom Tissier; disse o bispo da Fraternidade, grosso modo, que, do fato de Lefebvre ter assinado os documentos conciliares, não segue que ele os tenha aceitado (!), porque num concílio todas as pessoas são obrigadas a assinar todos os documentos (in a collegial decision, even if you do not agree with the decision, you have to sign it). Como não tenho conhecimento sobre este assunto, embora ache muitíssimo estranho, vou me abster de criticar, pois isto é um ponto de somenos importância. O pior aqui é o que Dom Tissier diz depois, que vou até colocar o original em inglês ao lado da minha tradução traditora para que me corrijam se eu houver falsificado as palavras do bispo:

Mais do que à luz da Tradição, nós realmente devemos ler e interpretar o Vaticano II à luz da nova filosofia. Nós temos que ler e entender o Concílio em seu real significado, quero dizer, de acordo com a nova filosofia. Porque todos os teólogos que produziram os textos do Vaticano II estavam imbuídos da nova filosofia. Nós temos que lê-lo desta maneira, não para aceitá-lo, mas para entendê-lo como os teólogos modernos – que redigiram os documentos – o entendem. Ler o Vaticano II à luz da Tradição é não o ler corretamente.
[Rather than read Vatican II in light of Tradition, we really should read and interpret Vatican II in light of the new philosophy. We must read and understand the Council in its real meaning, that is to say, according to the new philosophy. Because all these theologians who produced the texts of Vatican II were imbued with the new philosophy. We must read it this way, not to accept it, but to understand it as the modern theologians who drafted the documents understand it. To read Vatican II in light of Tradition is not to read it correctly.]

E isso, evidentemente, não é um argumento. O Vaticano II é herético e deve ser condenado simplesmente porque é um erro interpretá-lo de maneira ortodoxa! Não importa quantas vezes o Papa diga que o Concílio não deve ser interpretado como uma ruptura. Oras, dizer que o Concílio está errado porque é a priori errado interpretá-lo do jeito certo é uma clara petitio principii. Com estes pressupostos absurdos, não existe debate teológico possível, e sim apenas uma “dissecação” dos alegados “erros conciliares”, contra os quais não cabe resposta alguma pelo simples e axiomático fato de que é errado não achar erros no Concílio.